Mundialmente el trauma ocular es la principal
causa de morbilidad oftalmológica y de pérdida unilateral de la visión; de ahí
que se considere como una de las causas más comunes de ceguera en personas
jóvenes. Se estima que existen aproximadamente 1,6 millones de ciegos por
trauma ocular en el mundo, más de 2 millones de personas con baja visión
bilateral por esta causa y alrededor de 19 millones de casos con baja visión o
ceguera bilateral relacionada con un evento traumático.
En países industrializados es el principal
motivo de hospitalización prolongada de pacientes oftalmológicos. Solo en
Estados Unidos son atendidos 2,5 millones de traumas oculares por año; de ellos
40 000 a 60 000 provocan daño visual severo.3 La pérdida o disminución de la
visión tiene un efecto limitante no solo para el individuo y su entorno más
cercano, sino también tiene un impacto significativo para la sociedad desde el
punto de vista de cuidados médicos, rehabilitación y costos socioeconómicos.
El impacto económico y social derivado de esta
problemática es de gran magnitud, razón por la cual se estima globalmente que
alrededor de 55 millones de pacientes con trauma ocular requieren paralizar su
actividad social en al menos un día. Por tanto, la problemática del trauma
ocular ha sido abordada desde diferentes puntos de vista dentro del espectro de
la investigación y la literatura oftalmológica, desde la epidemiología del
trauma ocular hasta las diferentes variantes de tratamiento, con diversa
suerte.
Los traumatismos oculares son mucho más
frecuentes en varones que en mujeres, y se presentan normalmente en la edad
adulta, aunque los niños no están exentos de riesgo. El segmento anterior se
lesiona de forma aislada en más de la mitad de las situaciones, y son raras las
lesiones que afectan únicamente al polo posterior.
El diagnóstico de rotura ocular escleral (RE)
tras un traumatismo contuso no siempre es fácil. Las dos localizaciones más
frecuentes son a nivel del limbo esclerocorneal (bajo una conjuntiva intacta) y
paralela a las inserciones musculares, entre la inserción y el ecuador. Las
roturas radiales y posteriores son infrecuentes.
Los datos clínicos más frecuentemente observados
en las RE son: hipotonía (aunque no está siempre presente), una cámara anterior
excesivamente profunda, limitación de la motilidad ocular y edema
subconjuntival grave. Raramente se puede diagnosticar la RE por oftalmoscopia,
ya que con frecuencia se asocia con hipema o con hemorragia vítrea. Una vez la
RE ha sido diagnosticada, la intervención quirúrgica es realizada en la gran
mayoría de las ocasiones.
En traumatismos de gran intensidad, sobre todo
en los producidos por objetos de menor diámetro que el reborde orbitario, puede
producirse la ruptura del globo con más facilidad; sin embargo, en ojos con
enfermedades o cicatrices previas son traumatismos de intensidades moderadas,
los que pueden producir un trauma abierto o un estallido. La actitud en
urgencias es la misma en ambos. En la mayor parte de los casos intentar la
reconstrucción del globo, mientras que en algunos casos la actitud expectante
es lo mejor.
Si analizamos que generalmente ocurre de forma
brusca y en adultos jóvenes con una buena agudeza visual y donde estudios
realizados relacionados con este tema reportan una evaluación de la función
visual final pobre, sobre todo por las complicaciones que de este se derivan,
su manejo constituye un gran reto para los cirujanos de vitreorretina.
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