Conversando con mi amiga Carmen, sobre su experiencia de vida de con la retinosis pigmentaria, ella ha sabido sobreponerse a las dificultades de la vida, ella es una TRIUNFADORA, sus vivencias, además de divertidas, servirán de inspiración para todos nosotros
Siempre he pensado que en esta vida hay gente que nace con estrellas y gente que nace estrellada. Yo pertenezco al segundo grupo, pues desde el minuto cero de mi existencia he tenido que luchar por mi supervivencia.
Nací en el año 1961, ya el nacimiento fue
problemática porque era un bebé prematuro nacida a los siete meses de gestación
y con un peso de 1500 gr. aproximadamente. Este nacimiento ya dio que hablar,
pues procedo del mundo rural y por entonces los partos se realizaban en casa.
Me convertí en la primera niña de mi pueblo que nacería en el hospital de la
ciudad.
El hospital tenía dos incubadora, ambas ocupadas y como mi pronóstico
era de sin posibilidad de sobrevivir me derivaron al domicilio familiar. Contra
todo pronóstico salí adelante, con todos los abatares que supone ser prematura
y que se arrastran durante muchísimos años. Refiero este hecho, porque ahí
empezó mi lucha con la vida.
1.-
Desconocimiento total de la enfermedad.
2.-
Diagnóstico casual a los 25 años aprox., pero con un mal estudio, explicación y
seguimiento de la enfermedad.
3.-
A los 51 años diagnóstico acompañado de un estudio adecuado de la enfermedad
para conocer su nivel de desarrollo Por primera vez recibí información que más
que disgustarme supuso un alivio porque me permitió comprender esa torpeza que
me lleva acompañando desde que yo tenía recuerdos y que se ha traducido en un
sobreesfuerzo para llevar una vida normal que en muchas ocasiones ha conllevado
desajustes emocionales, ha determinado mi carácter, miedos, inseguridades, baja
autoestima, lesiones físicas por golpes o caídas…
1.-
No podría demostrar, con datos objetivos, cuando se manifestó la enfermedad.
Tomando como referencia algunas de mis
vivencias creo que fue a edad muy temprana. Por ello narraré algunas de las
experiencias vividas que me hacen pensar que esto fue así.
Desde muy pequeña me ha generado
inseguridad y temor la oscuridad de la noche aún en con iluminación artificial
o los lugares poco iluminados. Recordad que procedo del entorno rural y en
verano los niños jugamos en la calle hasta muy tarde. Para mí en la oscuridad
de la noche era muy fácil caerme, chocarme y desorientarme.
Nuestros
juegos se organizaban en función de nuestros escasos recursos, teníamos las
piernas para correr, una comba, la goma para jugar y con suerte un balón para
las chicas y una pelota para los chicos.
Nunca
fui buena en los juegos que implicaban movilidad (el escondite, el pañuelo…).
Me costó aprender a saltar a la comba de forma individual y mucho más cuando el
juego se desarrollaba en equipo. El juego de la goma implicaba saltar sobre un
punto dado, ¿Cómo coordinar el salto con el punto de caída? Con la pelota me
resulto difícil aprender a botarla y que volviese a mi mano, pero mucho más
complicado que alguien me la tirase, solo la recogía si chocaba contra mi pecho
yo no seguía su trayectoria porque era más rápida que mi vista.
Estas
explicaciones las doy ahora porque es cuando he comprendió por qué era la más
torpe y para mí aprender a jugar se convirtió en una tarea difícil y complicada
que me provocaba más sufrimiento que satisfacción, pero que no realizarla
suponía la exclusión. Nunca cesé en el empeño de aprender por lo que pude
pasarme horas y horas practicando con la ayuda de mi madre hasta que conseguía
hacerlo lo bastante bien como para participar en los juegos, pero lo bastante
mal como para ser la más torpe. Por qué sabía que era mala en el juego, porque
si se jugaba en equipo siempre era la
última en ser elegida. Aquí se empieza a marcar tu nivel de autoestima.
Cuando
en mi pueblo se crearon campos de fútbol, baloncesto, voleibol, balonmano fue
un gran acontecimiento social, los niños ya teníamos donde jugar. Para mí fue
un calvario, me asignaron voleibol y balonmano. En el primero, recuerdo que si jugaba
en la parte de atrás del campo, con suerte veía venir la pelota, en la parte de
adelante no. En balonmano lo que más hacía era correr, pocas veces me tiraban
el balón porque sabían que lo perdía. Otro suplicio para mí que me obligó a
practicar y practicar por propia imposición, pero que siguió alimentando mi
idea de torpeza o inferioridad respecto a los demás.
Respecto a la escolarización, tampoco ha
sido un camino de rosas y tuve que alimentar a lo largo de los años que yo era
inferior a los demás. Recuerdo cuando empezaba a escribir, por aquella época
hacia los siete años, que todos los días había que hacer una copia. La copia
era correcta si imitabas el modelo de letra en forma, tamaño y disposición.
Ahora sé que era una excelente copiadora, porque yo leía la oración y sin volverla
a mirar la escribía. ¿Y por qué no la miraba?, porque no podía ver a la vez el
enunciado y la línea en la que debía copiar. Siempre procuraba hacerlo despacio
para que mis letras coincidieran en el espacio con las letras de muestra, pero
tarea imposible. El contenido era correcto pero la presentación hacía que me
pusiesen la “R” (regular) ¿Por qué todos lo hacían bien y yo no? Esto me llevó
a pedir en casa que me pusiesen copias y copias y más copias.
Desde
pequeña me gané a pulso el calificativo de hormiguita, por parte de los profesores,
porque siempre estaba muy centrada en mi trabajo al que dedicaba mucho más
tiempo que el resto de los alumnos; e indirectamente el de torpe. Lo de
centrada me suena a que yo siempre he estado excesivamente centrada en lo que
hago, pero para cualquier actividad ¡Cómo para no estarlo!, es la única vía que
he tenido para asegurarme de que lo que hacía lo hacía bien. Yo me he centrado
hasta para subir y bajar escaleras hasta el punto de tener contados los escalones
de las más conocidas.
¡Cúantas veces me habré dicho a mí misma: ¿Por qué cuento
los pasos, el número de calles, árboles, papeleras…asocio la ubicación de una
tienda con su posición ordinal respecto a un referente que yo decido? Desde
hace muchos años siempre pensé que tenía obsesión con los números y con
realizar autocomprobación de mi propia actividad, hasta he llegado a pensar si
tendría algún trastorno psicológico de carácter obsesivo. Idea que también he
alimentado por ser excesivamente ordenada y no soportar que nadie me cambie las
cosas de sitio, para mí era fundamental que todo estuviese en su sitio, esto
para los demás es que eres maniática y deberías ir al psiquiatra. No sabía, que
así aprendí a controlar el entorno, pues si todo estaba en su sitio yo lo
encontraba.
En
quinto curso, es decir, cuanto tenía 10 años aproximadamente, el maestro
aconsejó a mis padres que me llevase a un oftalmólogo para que comprobasen si
necesitaba gafas, él pensaba que a lo mejor no veía bien y por eso no se
correspondía mi rendimiento con la cantidad de horas que le dedicaba al
estudio. Pues yo a esa edad, por voluntad propia me privaba de salir a jugar a
la calle, los deberes del colegio me ocupaban toda la tarde. Sí me daba cuenta
de que los demás jugaban, hacían los deberes y sacaban mejores notas. Yo no
salía, trabajaba más y obtenía peores resultados. Así seguía alimentando la
idea de torpeza y diferencia respecto a los demás.
La
primera visita al oftalmólogo la recuerdo perfectísimamente, era la primera vez
que viajaba en autobús para ir a una ciudad. Ese día me graduaron la vista y
dijeron que usaría gafas porque tenía 0.50 de no sé qué. Nunca me adapté a las
gafas, ese fue el inicio de mi calvario con las gafas a las que nunca me he adaptado
y que nunca he tenido la vista bien graduada. ¿Por qué?, ahora ya lo sé, lo
descubrí al diagnosticarme la enfermedad, tardo mucho en enfocar y enfoco lo
que veo, lo que no veo no existe.
Así, siempre iban dejando caer lentes sobre
mi ojo y cuando yo enfocaba, no por la lente sino por mi defecto, ya todo iba
sobre ruedas para el doctor. Después en la vida real yo comprobaba que veía
mejor sin lentes que con lentes, las lentes aumentaban excesivamente el tamaño
de las cosas y sin lentes y con las condiciones de luz adecuadas era capaz de
leer un prospecto. Todas han acabado en un cajón.
En
esa consulta, tengo que suponer que no se hizo otra valoración porque el parte
médico era de graduación visual y no sé si mi madre era conocedora de su
enfermedad. Tampoco el doctor indagó.
Esa
visita médica pudo condicionar de manera definitiva mi futuro personal. Como no
tenía problemas visuales que justificasen mi bajo rendimiento ya se me puso la
etiqueta de niña muy trabajadora, pero
poco inteligente.
Al
acabar la escolarización básica aconsejaron
a mis padres que no siguiese estudiando, no valía para ello y como mucho
podría intentar cursar Formación Profesional, que en aquellos tiempos se
asociaba a que eran los estudios cursados por los que no valían para llegar a la
Universidad. Me empeñé en estudiar bachillerato y así lo hice, pero con la
sensación de que nadie creía en mí y todos esperaban que fracasase. Tuve la
gran suerte de contar con el apoyo de mis padres, porque en aquella época pocas
mujeres estudiaban ya que aún primaba la idea de que lo correspondiente era
casarse y ser ama de casa.
Empecé
el bachiller en un internado, me mantuve en la constancia y perseveración en el
estudio. Enseguida me etiquetaron de muy estudiosa pero poco inteligente. Mi
mayor sufrimiento eran las clases de educación física, sobre todo el deporte en
equipo y el salto de potro y plinto. Cualquier actividad desarrollada en el
suelo era fantástica porque gozaba de
mucha flexibilidad. Así en la evaluación yo sabía que me salvaba hacer el
puente, el espagal, abdominales… y así compensaba el suspenso en otras áreas.
El tema del plinto y el potro conseguí salvarlo. Fuera de horario me iba el
gimnasio y saltaba hasta llegar a la extenuación. Era veloz pero al llegar al
potro era como si no viese el obstáculo, a base de caídas llegué a controlarlo
porque aprendí a contar cuantos pasos o zancadas daba en la carrera y en el
número x allí saltaba porque a
continuación estaba el obstáculo. Eso sí, al acabar el salto me sentía
desorientada. El problema inesperado se producía cuando te preparabas para
saltar a una determinada altura y luego la profesora decidía elevar el aparato,
así perdía el punto de referencia, pues mis manos tenían que calcular otra
altura. Conclusión decidí aprenderlo a saltar a todas las alturas. Esto suponía
mayor entrenamiento. Ante la experiencia de que más de una vez fuimos al suelo
el potro y yo, recurría una amiga para que me lo sujetase mientras yo
practicaba.
Otro
calvario fue el dibujo, el lineal a base de repetir y repetir conseguía hacerlo
bien, pero creo que mis manos memorizaban las distancias. En el artístico sólo
conseguía jarrones deformes. Pretendía que tomando medidas con un lapicero a
determinada distancia yo reprodujese el jarrón. Recuerdo que mi impresión era
de que yo lo veía bien, primero miraba la parte superior y luego la inferior
¿Por qué?, pues cuando miraba a través de mi lápiz yo no veía el jarrón entero.
En clase nunca salvaba las lámina, pero al acabar las clases repetía y repetía
las veces que fuese necesario la ficha, para ello pedía a alguna compañera que
me dejase la suya y no la calcaba, trataba de imitarla porque sabía que el día
del examen el jarrón o puchero estaría delante de mí. Esta asignatura creo que
siempre me la aprobaron por mi esfuerzo y compasión del profesor.
En
bachiller, empecé a descubrir que a veces caían preguntas en los exámenes que
yo estaba segura no haber leído en el libro de texto. Descubrí que se
correspondían con recuadros que aparecen en el margen derecho o izquierdo de la
página situados en la parte superior o inferior. Como siempre he querido saber
por qué algo me ha salido mal, comprobé que esos cuadros yo no me había dado
cuenta de que existían. Pero saqué un buen aprendizaje, tengo que desconfiar de
mí misma y cómo conseguir que no se me olvide leer nada.
Pues bien, mi recurso
fue utilizar pinturas de colores y colorear todo lo que leo, si algo está sin
colorear es porque no lo he leído, porque si quería anularlo, directamente lo tachaba.
En el uso de colores fui creando códigos
tanto en la forma de colorear (enmarcar la estructura de la palabra con un
cuadrado, un círculo, un rombo… como en el color elegido (azul definición, rojo
encabezamiento…). Estudiar así es mucho más lento. A esto añado que cuando
llegó el momento de coger apuntes en folios fue desastroso, copiaba con
muchísima rapidez pero me perdía en el espacio y las líneas caían hacia abajo.
Esta situación me acompañó hasta acabar la primera carrera. A mí me importaba
el contenido, no el aspecto, luego lo remediaba pasando los apuntes a limpio.
Como todos los apuntes los pasé a limpio y usando un plantilla de líneas por
debajo, así aprendí a escribir en folio
sin torcerme. Claro está desde bachiller habré copiado y copiado miles de
apuntes. Cuando un trabajo había que realizarlo con máquina de escribir era un
alivio porque mejoraba mi presentación. Por cierto no me costó mucho aprenderá
escribir sin mirar, porque también fui autodidacta, me dieron una máquina y un
método. Mi dijeron que no debía mirar el
teclado, sino el texto. Sin problema porque si miraba el texto no veía el
teclado, no me di cuenta de que no podía mirar las dos cosas a la vez.
Así
llegué a la Universidad, sin destacar por nada. Con horas y horas de estudio,
pero con notas mediocres.
Todo
este periodo de autoentrenamiento en la constancia y perseveración me sirvió de
gran ayuda al llegar a la Universidad. Yo ya estaba acostumbrada a echar horas
y horas al estudio. Aquí empecé a triunfar, ya tenía más recursos para el
estudio y buena predisposición, porque contra todo pronóstico acabé bachiller.
Seguí con el calvario de pasar apuntes y colorearlos.
Aquí descubrí y reafirmé
que yo era más lenta que los demás. Cuando estudiaba con alguna compañera
comprobaba que pasaba los folios con mucha rapidez, ellos me decían: “Es que tú
intentas aprender todo”,. Yo tardaba mucho más en leer, pero no por falta de
velocidad lectora, sino porque mi vista no alcanzaba a ver el renglón entero,
con lo cual no podía hacer anticipación lectora. Tuve la suerte de tener una
compañera a la que no le importaba que le contase los temas en voz alta, así yo
me aseguraba que de mis apuntes lo sabía todo, porque si algo no decía ella me
lo indicaba. Ella también me los contaba a mí, pero en su caso decía que quería
que le corrigiese la expresión y el orden, porque ella decía que yo lo hacía
mucho mejor.
De
nuevo no tuve que decir nada para ganarme la fama de trabajadora, responsable y
muy estudiosa, pero ahora mis compañeros pensaban que era porque yo no quería
sacar una nota inferior a notable. También me gané la fama de aburrida, siempre
rechacé salir de noche, pues en las discotecas no se veía bien. ¡Dios mío, que
mal veía!, generalmente me agarraba a alguien.
2.-
A los 25 años aproximadamente, escuché una conversación en la que mi madre
decía tener el mismo “defecto” que su madre, el no ver por las noches. Esto me
hizo pensar ¡A ver si yo no veo bien! ¡ ¿Acaso por la noche se puede ver? Lo
relacioné con los siguientes hechos: Si iba al cine y la película había empezado
a pesar de que el acomodador iluminase con su linterna y estuviese la luz de la
pantalla yo no sabía ni por dónde iba.
Cuando entrábamos a un pub, si tenía
escaleras siempre me agarraba de la mano de alguien, en el pub agarraba el vaso
y no lo soltaba, porque si lo dejaba en la mesa no lo encontraba. En las
discotecas además de no ver, los destellos de la luz me deslumbraban. Cuando
íbamos de acampada, por las noches con las linternas todos veían por donde iba,
yo pisaba todos los charcos, me tropezaba con cualquier piedra, caía en el mínimo
desnivel, no era capaz de encontrar la tienda que quedaba iluminada por el
fuego…
En
la facultad siempre utilizaba el ascensor, en su acceso había pasos pero los
tenía contados.
En
fin, fui al oftalmólogo y me dijo que tenía retinosis pigmentaria, la
exploración consistió en un fondo de ojo. Era la década de los 80, no sé si
existían otras pruebas. La única explicación fue el nombre de la enfermedad y
que no tenía cura. Yo entendí que no debía preocuparme, mi problema era que no
veía por los lados. Ahora me pregunto ¿Pero cuánto? Me graduaba la vista a una
velocidad que salía con ella mal graduada. Fui a revisión durante varios años y
dejé de hacerlo porque siempre era lo mismo, un fondo de ojo. Incluso las últimas
revisiones ni eso, solo la graduación y verme el ojo con una luz sin gotas de
dilatación.
En la última consulta, me recibió en una sala con el sillón de
exploración y un foco, yo no vi más. Al mandarme sentarme le tiré el taburete
de exploración y me indicó que tuviese más cuidado. Al levantarme después de
haberme mirado con una linterna me indicó que fuese a otro sillón para hacer la
graduación visual. Otra vez le tiré el taburete y ya me dijo que si se lo iba a
romper. Empezó la graduación dejando caer cristales a gran velocidad para mí, hasta
que leía una línea. Anoto que mi agudeza visual era buena. Decidí no decir nada
pero en ese momento pensé: “no vuelvo nunca más” y así lo hice. Seguía la enfermedad
a través de mi madre, que acudía todos los años al oftalmólogo. Ella falleció
sin conocer su campo visual y sin orientación alguna de cómo mejorar su calidad
de vida con las ayudas pertinentes.
En el tema de estudios indicar que todas
las estrellas con las que no nací empecé a colgármelas en la universidad. He
cursado más de una carrera y ejercido mi profesión creándome mi propia empresa
y trabajando para el Estado por vía oposición libre, no por discapacidad porque
no tenía conocimiento de que yo fuese una persona discapacitada. En la
universidad todo fueron elogios me situé en el sobresaliente y matrícula de honor.
Fui la primera de mi promoción en una de las carreras. En la oposición obtuve
la nota más alta.
Digo todo esto, porque aún así hasta hace muy poco pensé que
no tenía talento. Los demás valoraban mis notas, pero yo sabía que eran fruto
de muchísimas horas de estudio, nadie, excepto yo se las puede imaginar. Por lo
tanto, no me he considerado una persona brillante, sino una gran trabajadora.
Ahora he invertido la percepción, aunque sea un poco tarde. Es cierto que he
dedicado mucho tiempo al estudio, pero para hacer y conseguir lo que he hecho
creo que también hay que tener talento.
3.-
A los 51 años, de forma casual mi hermano insistió en que yo no veía bien. El
ya estaba diagnosticado de RP. Yo insistí en lo contrario, pero bueno acepté
que me llevase a la ONCE. El oftalmólogo me hizo una campimetría y sin hacer el
fondo de ojo me dijo; ¡Bienvenida a la ONCE! eres ciega, pues tu campo vidual
es inferior a 10 grados. Reaccioné
llorando, pero no por el diagnóstico, sino porque me dijo que era ciega
(ceguera legal).
Luego pensé :¿ Qué diferencia hay entre hoy y hace una año.?
Ahora lo sé y antes no. En parte sentí un gran alivio porque empecé a comprender
que yo no había nacido torpe. Había una explicación a mis golpes, caídas,
lentitud, desorientación, falta de visión en la oscuridad…¡Vaya liberación!¡Dios
mío, toda la vida rodeada de gente torpe!.
Luego
empezaron otros conflictos ¿El mundo es como yo lo percibo o mi imagen no se
corresponde con la realidad? ¿Cuál será mi futuro? ¿A qué tengo que
enfrentarme?..
Conocer de forma más detallada la
enfermedad me ha ayudado a comprender mi pasado, pero me ha generado inquietud respecto a mi
futuro. Las limitaciones impuestas por la enfermedad cada vez serán mayores,
ahora hay que elaborar un plan para convivir con ellas.
En
este momento, para mí lo más preocupante no es la enfermedad, porque soy
consciente de que es degenerativa, no tiene cura y seguirá su curso como el
destino me tenga previsto. Me preocupan sus consecuencias sobre mi vida personal, y de esta pate lo que más me
preocupa es la necesidad de abandonar mi vida profesional. Después de haber
recorrido un camino tan duro debo dejar de hacer lo que más me gusta. Ese
abandono y la búsqueda de otra alternativa produce tristeza, desasosiego,
incertidumbre, enfado con el mundo…
¡Pero es lo que hay! Es una fase difícil de
superar y para lo cual probablemente necesite ayuda. No obstante si encuentro
otro enfoque que me permita sentirme útil no será tan difícil. Aunque este
planteamiento en el que me encuentro se reduce a pocas palabras, está lleno de
lágrimas. Pero es que soy de las personas que pienso que los problemas primero
se lloran, el llanto solo sirve para desahogarse, pero el problema está ahí
hasta que le encuentres solución o un complemento que resulte menos doloroso.
Porque hay problemas que no van a desaparecer nunca, los tienes que acoplar a
tu vida y en vez de verlos como enemigos les miras como compañeros. A lo mejor
además de luchadora soy resignada que no es lo mismo que conformista. Porque
dentro de esa resignación, a veces insalvable, también puedes encontrar el
bienestar o momentos de felicidad.
CONCLUSIONES:
He
aprendido que las limitaciones que te vienen impuestas nunca las superas, pero
sí puedes manejarlas a base de esfuerzo y sacrificio. En parte me alegro de no
haber conocido mi situación hasta tener una edad avanzada porque probablemente
yo misma o el entorno hubiésemos actuado de otra forma. Habría contado con la
sobreprotección familiar, la pésima integración escolar en la que cuando hay
una discapacidad se baja el nivel de exigencia y recurre a la permisividad e
indirectamente se condiciona tu futuro porque tu discapacidad ya de por sí es
limitante. En aquellos años, que aún no existía la integración escolar supongo
que habría cursado los estudios básicos y poco más. Pues nuestra sociedad con
frecuencia asocia una discapacidad a pocas opciones intelectuales y uno puede
nacer deficiente visual, auditivo, motórico…pero tener perfectamente conservada
la inteligencia y con ella se nace, pero si no se cultiva de poco sirve para un
mayor y mejor desarrollo de la persona.
No
conocer la enfermedad también me facilitó el tener descendencia, porque en caso
contrario a lo mejor me habría planteado no tener un hijo, ¡Lo que me habría
perdido!
Si
la hubiese conocido probablemente hubiese desarrollado mi vida a través de la
enfermedad. Así indirectamente he convertido a la enfermedad en un complemento
de mi vida.
Por
eso, mi percepción de la RP probablemente no coincida con el de muchos casos.
Sé y compruebo que es una enfermedad limitante, pero limitante no quiere decir
anulante. Hay muchas cosas que no podemos hacer de la misma manera que las
hacen otras personas, pero si se pueden hacer de forma diferente.
Creo
que la conducta a seguir no es la del conformismo y llorar mi desgracia, es un
sufrimiento en vano. Si hay que sufrir, voy a sufrir por hacer aquello que me
cuesta hacer, pero que al final me produce satisfacción.
Que
conste que es mucho más cómo dejar que te agarren de la mano y que te lleven
por el mundo. Mi lema es a mí no me llevan, yo voy cómo? planificando,
organizando, pasando sofocos de ansiedad, sensación de mareo… en fín, teniendo
sensaciones de miedo porque sabes que la situación te desborda. Pero yo me
pregunto ¿Si empiezo a anular todo aquello que me supone esfuerzo, me estresa,
me agobia?…!Acabaré de adorno como si fuese un jarrón! Y desde luego hartaré a
los que me rodean porque también voy limitando su vida. Sé que hay gente que
dicen que los tuyos están para ayudarte, pues claro que sí, pero yo soy de las
que digo que si quiero a los míos e de intentar no convertirme en una carga, no
puedo limitar su vida porque la limitada sea yo. ¿Acaso alguien tiene derecho a
vivir a través de la vida de otro?, para mí no. En este sentido también pienso
que hay que tener preparado un plan llegado el momento de la dependencia casi
total, de tal forma que de sus seres queridos busques el afecto pero les dejes
que tengan su vida. En fin, esta es mi filosofía de vida.
En este relato he omitido que mi vida
está llena de golpes, tropiezo, caídas, problemas de orientación, percepciones
visuales erróneas… A esta parte física también me acostumbré, es una pena pero
para mí es normal tener algún hematoma en las partes más salientes del cuerpo
porque no ves un radiador, alguien dejó una silla, alguien movió mínimamente
una mesa, una puerta del armario está abierta, la ventana está abierta, una
columna que no existe, un escalón inesperado…La gente no tiene ni idea de la
cantidad de impedimentos que salvamos cada día.
En ese intento de salvar a
veces se corre un gran peligro físico, pero yo confío en tener un buen ángel de
la guarda. En este sentido es fundamental el orden en lo que te rodea, el
metodismo conductual en el desarrollo de las actividades que sean frecuentes en
tu día a día para llegar a automatizar su ejecución. A la gente que te rodea
tienes que concienciarla de lo importante que es para ti que nada se mueva de
su sitio.
En la calle, si es muy conocida creo que piso siempre en las mismas
baldosas y podría informar al Ayuntamiento de cuando empieza a desplazarse
alguna. El problema está en controlar a las personas, por eso busco calles menos transitadas aunque alargue
el recorrido para llegar a mi destino, al igual que evito calles poco
conocidas. Cuando por necesidad debo discurrir por una calle muy transitada
siento agobio, sofoco, sensación de mareo y respiro hondo para salir airosa. Mi
impresión, en esa circunstancia es como estar metida dentro de un tetris en el
que te caen fichas por todos los lados y debes sortearlas.
Todos sabéis que en
estas circunstancias algún choque es tan inevitable como tener que escuchar
alguna grosería por parte de la persona con la que te choca, y la grosería es
mayor si el choque lo realizas con un
padre que lleva suelto a su niño varios pasos por delante de él y no te digo si
pisas a un perro que aunque lleva correa, su amo se la alarga cuatro metros.
Pero bueno si con pedir perdón no llega, generalmente le digo a la persona “si
usted va conduciendo con su coche y observa que otro viene hacia usted, ¿Qué
hace? ¿Espera a que se retire o se retira usted?, pues esto es lo mismo, usted
se ha chocado conmigo porque no ha querido evitar el choque.
Soy
experta en golpes y en romper utensilios de cocina principalmente vasos que para mí están fuera
de lugar o por ser de cristal trasparente, lo que veo es o que está detrás del
vaso. En este sentido para mí es útil utilizar vasos de colores y pequeños
porque aunque mueva las manos para coger algo no los caigo. Me plantea problema
el tamaño de los platos, es más efectivo comer en un plato de postre para
asegurarte de que parte de la comida no se queda en el plato. Resolver el
control sobre platos y copas en un restaurante es más problemático porque en poco espacio colocan platos inmensos
y numerosas copas, lo bastante altas como para que alguna acabe en el suelo. Es
un detalle pequeño que los demás no acaban de entenderlo, pues yo no quiero que
en mi pequeño campo visual me coloquen tantos objetos.
No
puedo hacer una compra en un hipermercado, es imposible controlar estanterías,
carro y personas, pero si puedo acompañar, y a mi manera informarme.
No
puedo realizar muchas tareas domésticas porque solo limpio lo que veo, plancho
lo que veo…pero pienso ya hará alguien el resto.
Creo
que mantenerse activo es fundamental para sentirse a gusto con uno mismo.
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No
acierto a entender por qué si a mi madre si le diagnosticaron la enfermedad no
se informó de la necesidad de que sus hijos fuesen estudiados.
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Nunca
entenderé por qué mi madre abandonó esta vida sin saber cuál era su campo
visual, que por cierto era muy reducido por lo limitada que estaba en
movilidad. ¿Acaso desde oftalmología no se sabe que existe la obligación de
orientar a los pacientes hacia otras instituciones u organizaciones que le
pueden prestar ayudas que faciliten su vida? Esto ya ocurre en el siglo XXI
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Carmen tu relato ha impactado, siento gran admiración y cariño por ti desde hace años, ya sabes, pero puedo asegurar que identifico y comprendo por todo cuanto tienes que pasar y ya pasas años atrás. Mucho ánimo amiga mía sé que eres muy fuerte y valiente y estoy convencida que vas a poder llevar un buena vida dentro de tus limitaciones.
ResponderEliminarTen por descontado que puedes siempre contar con mi ayuda .
Besos
Carmen, ha impactado tu relato. Ya sabes mucho que admiro y gran cariño que siento hacia ti. Siento enormemente identificada con tu actitud luchadora ante esta vida; Claro que a ti toca, desde muy temprana edad, luchar y vencer muchos obstáculos. Sé de tu valentía, y energía para salir adelante con todo. Desde aquí mando mucho ánimo y cariño y cualquier cosa ya sabes que puedes contar conmigo para ayudar en poco que puedo como tú haces en su día conmigo.
ResponderEliminarBesos
No conocía muchas de las cosas que cuentas, ni podía imaginar que fueran tan limitantes, porque siempre te he visto haciendo vida aparentemente normal. Y así te seguiré viendo, como una compañera a la que no la hace retroceder ningún obstáculo. Y una triunfadora profesional y personalmente.
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